José Navas Ramírez-Cruzado

José Navas Ramírez-Cruzado

Historiador Ex Director del Museo Militar

PRESENTACIÓN EXPOSICIÓN JOSÉ MARÍA URDA
CASA DE ANDALUCIA - ENERO 2006

Si tuviésemos que poner fondo musical a este acto entrañable, tendríamos que sintonizar el sentimiento de una muñeira, con las notas de la Sevillana "Yo soy del sur" que con tanto "xeito" entona nuestro coro y ponerle de estribillo esa otra de "qué más se puede pedir que vivir en La Coruña".

Porque aquí tenéis en vivo todas esas costumbres que no queréis perder, y que tantas veces habéis cantado: Las casas blancas con rejas y con tejas, los miradores con arcos, los jardines y macetas con geranios, el cielo azul, hasta los toros serios y los toreros con arte. Pero todos esos símbolos y atributos del sur se abrazan aquí con cada rincón del paisaje urbano o mariñeiro de La Coruña en una sinfonía de colores que alegran el espíritu, emocionan los sentidos, y conmueven el alma.

Deleitar y seducir a través de la pintura, regalar los sentidos con la armonía de un dibujo y hacer poesía con el color, son los generosos objetivos de un auténtico profesor en la más bella de las artes, que hoy presentamos como eslabón de oro entre Galicia y Andalucía.

Hoy tenemos la enorme fortuna y el inestimable privilegio, de presentar la expresión viva de ese espíritu y ese genio diferente, con las formas y colores de la pintura figurativa y realista de José María de Urda Alcázar.

El profesor Urda, ya que su pasión es la enseñanza, presume de coruñés avalado por sus mas de treinta años creando y sembrando el germen de la belleza académica del dibujo y la pintura en miles de coruñeses.

Pero como todo sabio bien nacido, supo aportar a su obra: la paciencia en la búsqueda de la verdad, la alegría del sur y la luz de los colores que inundan su alma siempre joven. Es la luminosidad del Mediterráneo de Sorolla, que forjó su licenciatura en las bellas artes y es la luz de un mar de altivos olivares, bajo la bóveda azul de su Jaén natal.

La realidad sencilla, sincera y honesta que hay detrás de la apariencia que percibimos, es destilada por estas manos prodigiosas, para idealizar y mostrarnos con toda su fuerza: los más bellos paisajes urbanos, marinos y terrestres así como el carácter que se esconde tras la coherencia y el equilibrio de cada retrato.

A mi me gusta esta pintura que embellece los más modestos rincones, donde huelen las plantas de los jardines y en las macetas florece la alegría. Donde las sombras juegan al escondite con las piedras y los colores cantan las melodías que los faroles escriben en el pentagrama de las rejas.

A mi me entusiasma en fin, la obra de este hombre que consiguió colgar en el Vaticano la Catedral de Santiago, por su rigor académico con el sello y el estilo personal de la cabeza perfectamente amueblada del maestro, y la serena armonía del artista que pone el corazón con una precisión cromática de miniaturista.

La pintura de Urda concilia la melancolía de una marina con la furia del oleaje y la alegría de las gaviotas; la incertidumbre de un arco por el que nos asomamos a la esperanza, con el susurro elocuente de las fuentes y el mensaje paradigmático de las piedras; la serenidad, en fin, de un paisaje con la furia de un toro en el torbellino de un capote.

El realismo anecdótico que hizo inmortal a Benlliure con sus caballos, sus niños y sus toros, aparece magistralmente en la delicadeza con que José María refleja un llamador de bronce, los enseres de una palloza, o la añoranza de una farola en la muralla, unos barcos en dique seco, o unas rejas sedientas de amores sobre mares de blanquísima cal.

Pero sobre todo, Urda nos inunda con la luz que emana de los más recoletos rincones de sus jardines, nos relaja con el equilibrio de unos barcos en el puerto o de un atardecer en la playa, y nos intriga con las meigas que esconden el hórreo, la fuente, o las más sugerentes esquinas, donde se esconden las ilusiones que anhelan los recuerdos tendidos entre las flores de las ventanas.

Sensaciones poéticas de un artista que nos trae entre sus acuarelas el más singular remanso de paz; pero, en las que subyace la inquieta y fuerte personalidad del genio que reconstruyó en un gigantesco mural el puente romano que destruyó John Moore hace ya 200 años.

Hace 25 años decía de él un crítico, que estaba en el camino hacia la cumbre. Hoy, yo estoy convencido de que este joven y enorme niño de alma gigante, arqueólogo de los más bellos sentimientos y prestidigitador de luces y colores, ocupa ya los escalones superiores de un olimpo donde toca, con las manos que bendijo Juan Pablo II, los dedos prodigiosos de su admirado Miguel Ángel, y seguirá ascendiendo hasta lo más alto para deleite y enseñanza de cuantos disfrutamos de su magia.

Hasta aquí unos retazos del artista y de su obra, dejaremos para otro día hablar del hombre cabal, del amigo leal, del socio cordial y del compañero indispensable, porque serían necesarios muchos volúmenes para intentar aproximarnos a la humanidad desbordante que encierra esta personalidad encantadora, este sembrador de ilusiones y este paladín de la concordia que tenemos el privilegio y el honor de disfrutar en la Casa de Andalucía: José María Urda Alcázar.

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